Diario de una suicida

Con el paso del tiempo las cicatrices no sanan. 

Una pequeña capa de piel simula su curación, pero, por dentro el sistema está haciendo un doble esfuerzo por crear una barrera que proporcione la flexibilidad y la fuerza necesaria para soportar una nueva herida.

Hace mucho tiempo que no me sentaba a escribir sintiendo tanto dolor, con el pecho expuesto y con las manos entumidas.

Un hormigueo recorre mi piel, mis instintos me piden correr sin parar, la hoja de afeitar me atrae con su brillo, imágenes de mi cuerpo volando por el cielo con el objetivo de sentirme libre llenan mi mente. El filo de las cuchillas quiero sentir, atravesar mi piel y verla sangrar. La necesidad de expresar este dolor a través de simples cortes llena mi cuerpo de espasmos.

Estoy mareada, mi vista se nubla, mi cuerpo pesa, me falta el aire, me falta el aire, me falta el aire.

Mis ojos enrojecidos se han puesto de tanto llorar, las ojeras son tan profundas y oscuras que asustan. Mi cabello está sucio, enmarañado y cada día crece en menor cantidad.

El corazón duele, mis piernas se tambalean, estoy dejando de comer. Me miro en el espejo y no queda ni un rastro de felicidad, de sentimientos, de amor. Dolor, sufrimiento, egoísmo, egocentrismo, vanidad, nada de eso, ni siquiera lo malo queda de mí.

Estoy sola, buscando respuestas en una aldea que no podrá darme ninguna, perdida en el cielo infinito del dolor, buscando soluciones sin quererlas, pensando en morir con una cuerda enredada en el cuello.

Me falta el aire.

Mi cuerpo esta entumido.

Mis ojos no dejan de llorar.

Me falta el aire.

Me falta el aire.